LA SALUD MENTAL EN TIEMPOS DE CORONAVIRUS. Por el Dr. Daniel Stchigel.

Por Daniel Stchigel.
Doctor en Filosofía y Mágister en Psicoanálisis

Frente a una pandemia global ocurre una situación particular: lo que ayer era una trastorno de la conducta que figura en el DSM 5, el manual que la Asociación Estadounidense de Psiquiatría destinado al diagnóstico de las enfermedades mentales, hoy puede ser el objeto de un mandato social destinado a la salvaguarda de la salud pública.

La viveza criolla de violar una norma

Se da esta paradoja de que sólo los que sufren de temores irracionales frente a la presencia de otros seres humanos están capacitados para sobrevivir. La viveza criolla de violar una norma se ha convertido en un delito lindante con el asesinato. El otro, sea el chino o el italiano, sea el rico que viajó al extranjero o el pobre que intercambia un mate con sus vecinos en la puerta de su casa de chapa, se ha vuelto un peligro. Parece normal sospechar que China o EEUU hayan sido los creadores de un virus de laboratorio liberado adrede para producir una hecatombe que genere un nuevo orden mundial. Alegremente aceptamos las órdenes de un presidente que, viniendo a llenar las heladeras y a traer el asado y la alegría del fútbol a la gente, ha debido suspender todo espectáculo y ha barrido las calles de piqueteros con las fuerzas de seguridad a las que sus seguidores antes invitaban a escupir a la cara si se atrevían a pedir un DNI. Tener un TOC (un trastorno obsesivo compulsivo), como lavarse diez veces por día las manos con jabones diferentes, se ha vuelto algo recomendado por los médicos. Navegar por las redes mientras uno permanece encerrado en un departamento, sin salir afuera más que a hacer las compras, asustado de todo y de todos y cubriéndose la cara y evitando todo abrazo o beso o apretón de manos, es algo recomendado y aplaudido.

Hoy todos los odios y todos los miedos están garantizados

Dado que todo ha cambiado, al menos mientras dure la cuarentena, ¿qué es en este contexto “saludable”? ¿La suspensión temporaria de las garantías constitucionales como la libre circulación, lleva también aparejada la suspensión de los criterios de lo que es o no es un trastorno? Así parece. ¿Significa entonces que todos los criterios que los médicos consideraban científicos acerca de lo que debe ser hoy en día objeto de un tratamiento psicológico se han vuelto relativos? En realidad no. Que un modo patológico de vivir y comportarse se haya vuelto en algunos casos un medio para salvaguardar la vida biológica de las personas, no significa que cuando todo esto pase y sea posible retornar al criterio anterior de la normalidad, padecer un TOC siga siendo algo recomendable. Lo que sí podemos afirmar es que nunca antes como en este momento el entorno ha cambiado tanto, que los trastornos psicológicos se han visto enfrentados con su grado de verdad. Han llevado a la luz la raíz del trastorno: la amenaza que representa el otro para nosotros, y que esa amenaza no es nada personal, sino que es algo en el otro que no podemos ver, una amenaza invisible que ante la incertidumbre que nos genera nos lleva habitualmente a fijarla en una palabra, en un significante: chino, negro, mujer, o bien cis, heteronormativo, homofóbico. Hoy en día queda claro que el temor el otro, a que el otro nos robe la vida, la paz, el goce y disfrute de lo que nos pertenece, no es nada específico. No es un tema de género, no es un tema de raza. Es simplemente por ser el otro, eso es lo que lo hace llevar en él algo que el presidente argentino ha graficado muy bien con sus palabras: “el enemigo invisible”. Lo podemos llamar virus, si queremos. Como sea, hoy todos los odios y todos los miedos están garantizados, son legítimos, se ha decretado que algo real les da sustento. Sin embargo, no debemos olvidar que el virus puede estar ya en nosotros, que nosotros podemos ser el otro para los otros, que hasta es posible que estemos enfermos y enfermemos a los otros sin saberlo.